Por Jean Pierre Gamarra (director escénico de Carmen)
El amor es una fuerza superior e implacable que solo obedece al instinto, y el destino no es una cuestión de voluntad porque, a diferencia de las reglas provisorias de nuestro mundo burgués, el mundo gitano acepta el devenir con estoicismo. La suerte que dictan las cartas es irreversible, haciendo del mundo un engranaje de consecuencias donde el futuro ya está escrito.
Carmen irrumpe como un pájaro de mal agüero en un espacio ordenado para sembrar el caos. Ella es diabólica, salvaje y transgresora, disfruta irrumpir en el orden social y desfigurar todo aquello en lo que pone su mirada. Ella confunde libertad con libertinaje y manipula de modo caprichoso todas las situaciones a su gusto y placer, siempre con la obsesión de satisfacer cada deseo y aplacar cada fantasía. Con su animalidad, instinto y pasión como motor, su vida será corta e intensa, y todos aquellos a los que invite a su baile, serán absorbidos por ella. De cada encuentro nacerá la tragedia y escapar será en vano. La voluntad se desvanece y toda visión se vuelve borrosa. Ahora son guiados por sus entrañas en una dulce perdición. El hombre se vuelve animal, presa y depredador, porque José muta en bestia por su animal instinto exasperado y herido, y una vez que ha trazado su destino, es irreversible, porque Carmen es destructiva y gozará incluso su propia muerte como sacrificio final.
Acercarme a dirigir esta historia me obliga a tomar distancia, alejarme de preceptos personales y principalmente aquellos de índole moral, porque siendo yo quien va a mostrar los hechos de la historia, es imprescindible no manipular la evidencia y no emitir juicios; de este modo será el espectador, así como un jurado ante un tribunal, quienes elaboren un veredicto.
Finalmente, pienso que nos conviene entender «Carmen» como tragedia esencial, en la cual lo pintoresco, el baile y los abanicos no nos alejen jamás de lo imprescindible. He querido reproducir una calle del sur español, sí, pero de un sur europeo en general que une la Andalucía con la tragedia griega y la crueldad napolitana. Tierras donde los mitos se hacen carne cada día, en cada esquina y frente a los ojos expectantes de vecinos silenciosos.